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lunes, 13 de septiembre de 2010

Ensayo sobre las almas perdidas Cap.5


Jofiel, el solo en el mundo, el que no podía más, el que creíamos perdido entre las aguas. Surgió de entre la mar turbia. Retornó del océano revuelto en vida. Fría y salada, se perdía la orilla a su espalda. Su piel arrugada se dejaba ver tímidamente bajo la luz de la luna. Tantas horas perdidas en el mundo de los peces, le habían dejado tremendamente agotado, se sentía endeble, sin aliento. Todavía vestía el hábito, y sus pies continuaban descalzos. Abandonó la playa, entre miedos y preguntas, cada vez más persistentes que se le agolpaban en su dolorida cabeza. Como siempre, buscó su punto de referencia, para empezar desde algo familiar en esta nueva noche extraña. Como dejó su reloj, en la iglesia, se dispuso a buscar un viandante a quien preguntar la hora.

-Señor, por favor… ¿Qué hora es?
-Son las 10:15 de la noche.
-Otra vez… ¡he perdido un montón de horas!
-¿Cómo dice?... ¿Se encuentra bien?... tiene mal aspecto.
-Creo que debo hacer algo…creo que sé a donde tengo que ir…pero…estoy tan
confuso…
-En la acera del frente hay un policía… quizás él sepa que hacer contigo tío, estas jodido,
Me largo.

El desconocido se dirigió al policía. Le alertó señalando a Jofiel, y se fue a paso ligero, por una calle lateral, sin mirar atrás. El policía se acercó a Jofiel, y le habló.

-Señor¿ se encuentra bien?, ¿va a darme problemas?...lleva hábito…
-Tu olor… ¿es que no lo hueles?...¡apestas!...¿porque los golpeas cada noche?...los moratones, las heridas que les dejas… sólo son el reflejo de tu propio pecado…
-Pero qué…¿Quién eres tú?...espera… te has tomado algo… mejor cállate, estás drogado…te irá bien pasar una noche en el calabozo¡¡ payaso!!, ¿le robaste la ropa a un sacerdote??
-Marcos García… niégalo, pero ya estás perdido…¡puto maltratador!...tus hijos lloran cada noche en sus camas…ayer dejaste a tu mujer con 3 dientes de menos… ¡¡apestas a los gritos de los que te rodeas!!
-¿Quién te manda?...tío… ¡¡ te vas a tragar el puto cemento, por bocazas!!... y créeme cuando te digo, que te va a doler mucho ¡gilipollas!

El policía agarro por el cuello a Jofiel, le puso las esposas, y lo introdujo en el coche patrulla hasta un callejón cercano. Detuvo el vehículo, y lo sacó bruscamente dándole un puñetazo en el pecho, que lo derribó, haciéndole rodar por el suelo. El policía fue directo a seguir machacando al Jofiel. Pero éste se reveló, mostrando un aspecto severo, sus ojos se habían tornado negros del todo, la pigmentación de su piel, era extraordinariamente clara, de un blanco antinatural. Sus labios se tiñeron de un morado muy oscuro. Sus lagrimales segregaban lágrimas de sangre. Se notaban en relieve las venas de su cara… su cuello…sus brazos. El latir de su corazón, se adivinaba más fuera que dentro de su cuerpo, como si de un puño golpeando su pecho desde dentro, se tratara. Y de repente, habló al policía, con una voz gutural, diciendo…


-Pero no te olvidaré, no saldrás airoso de tus actos.
Recuerda este día, porque volveré para ser tu verdugo.

El policía sacó la pistola y apuntó directamente a la cabeza de Jofiel, que esquivó la bala rápidamente, para colocarse justo a la altura del individuo. Su mirada hostil, terminó por acobardar al policía de manera que se orinó en sus pantalones. Jofiel, le miró fijamente a los ojos, y le dijo…

-Marcos, para que veas que soy generoso, hoy te voy a ofrecer un regalo, no lo mereces pero… de alguna forma, yo también saldré beneficiado… eso si… Te va a doler, que te cagas.
-Suéltame tarado… ¿pero qué haces?... ¡no!...¡no!... ¡¡¡noo!!!...¡ Diooos!

Jofiel, con una dantesca sonrisa en los labios, miraba el brazo que le había arrancado al humillado agente, tiró el miembro todo lo lejos que pudo, y luego con su cinturón le hizo un torniquete, no quería que se desangrara. Antes necesitaba información, sobre otro policía, sobre un inspector. Su nombre era, Matías de la Torre. En el regreso de su suicidio fallido, sólo volvió con ese dato, el resto estaba borroso como lo sucedido en la iglesia. Solo que ahora sabía qué hacer. Su lado agresivo quería encontrar al inspector, pero él, desde dentro, sabía que rociarse con agua bendita, le haría recordar lo acaecido esas horas perdidas en la playa. Su personalidad, permanecía escondida, mientras esta otra se manifestaba, y aun siendo consciente de todo, no podía interceder en nada, se sentía totalmente anulado. Siendo así, sólo un mero espectador más de tan atroz situación. Desde dentro de su propio cuerpo, sólo era un mero espectador. Jofiel únicamente necesitó una única amenaza, para sonsacarle dónde vivía el inspector, diciéndole…

-Tienes dos opciones, depende tu vida de ellas, o sea que guarda silencio y te irá mucho mejor…tan sólo escúchame…

El policía aterrorizado, llorando, y estremeciéndose de dolor, así que, quedándole poco para empezar a perder el conocimiento, simplemente asintió.

-Dime dónde vive el inspector de la Torre. Yo a continuación, llamaré a urgencias. Quizás lleguen a tiempo para reimplantarte el brazo… y si no… Ya sabes herido en acto de servicio…tendrás una pensión decente, te retirarás… y sin un brazo menos, dejarás de inflar a moratones a tu familia. Si decides callar la información que te pido… simplemente, te quitaré el torniquete, y te desangrarás, hasta que mueras. Tú decides, pero te digo de antemano, que la paciencia, no es una de mis virtudes. Y me encanta que no lo sea.

Cuando el policía le dio la información, Jofiel lo recogió del suelo, en medio de su propia sangre, y lo abandonó en el primer hospital que tuvo, en su camino hacía su objetivo. Ni siquiera se molestó en recoger el brazo. A Jofiel, le encantaba la idea, de que ese imbécil se quedara sin él. Detuvo el coche que había robado previamente, lo justo y necesario, para abrir la puerta, y empujarlo del asiento del copiloto, dejándolo maltrecho en la calzada, frente a las puertas del hospital. Ni siquiera se molestó en mirar por el retrovisor mientras se alejaba a toda velocidad. Ese tipo le importaba bien poco. Buscó en la guantera un mapa, y lo localizó. Sabía la dirección, sabía a quién buscaba. Al inspector, De la Torre.

Jofiel, dejó el coche aparcado ocupando dos plazas de aparcamiento, y con su aspecto seguro y hosco, entró en la portería, accedió al ascensor, hasta la 5ª planta, forzó la puerta sin armar ruido. Entrando al piso a sin ningún tipo de sigilo, encendió luces por donde pasaba. Lo que encontró dentro, no era para nada lo que esperaba. A su paso le invadió una sensación de dolor escondido en esas paredes, una tristeza, una pena, que se hacía suya a medida que avanzaba dejando atrás ya, el recibidor y el salón. Olía a cerrado, y aunque el polvo hacía años que no lo habían limpiado, alguien pasaba los dedos por encima de las fotos que reposaban sobre el piano. Eran fotos de una mujer y de una adolescente. La cocina llevaba varios años sin haber sido utilizada. Ese tipo debía comer fuera todo el tiempo. Comprobó el resto de habitaciones, totalmente abandonadas. Una habitación de matrimonio donde ya no dormían, una habitación individual, con adornos y posters de una chica, con una cama llena de cojines y peluches, con la cama perfectamente hecha, tiesa, como almidonada, con gran capa de polvo por encima. Todas las persianas estaban casi abajo totalmente, como en el resto de la casa. Era un entorno totalmente lúgubre. Respecto al baño, prefirió abstenerse de pasar de la puerta, en cuanto sintió aquel apestoso olor que desprendía el lugar. Al final del pasillo una última habitación. Cerrada desde fuera con llave, la cual reventó de una patada sin sutilezas. Por lo visto, De La Torre estaba fuera. Jofiel terminó de iluminar el resto de despacho, y para su sorpresa, allí, parecía que se dormía, comía, y parecía haber un desahogo terapéutico en contra del mobiliario, era el caos. Aunque a juzgar por todos los papeles, archivos de la policía, y pared empapeladas con noticias de recortes de periódicos, dentro de eso que a él le parecía un caos, ese hombre tenía un orden, que por alguna extraña razón, en cuanto empezó a leer el contenido, supo exactamente, que todo aquel material, era justo lo que andaba buscando, y debía prestarle toda su atención. Por ello, se dedicó lo que quedaba de noche, mientras esperaba a su anfitrión, a estudiar todo cuanto estaba pegado en esas paredes. Lo que mostraban era realmente perturbador. Entre dientes dijo…

-Ave María, domini mei mater.
Cuspidis umbra docet,
Nos umbras ese futuras.
Domine, doce nos recte
Computare momenta nostra.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Ensayo sobre las almas perdidas Cap.4


Tokio, 9 de Julio de 2010. A las 19:00h. Samyueru, absolutamente decidido, se dirigió al despacho de su socio y amigo Mana. Se colocó bien su corbata negra, aunque lo que tenía peor aspecto era el traje negro, estaba tan arrugado, incluso la camisa blanca mostraba una mancha de café seca del día anterior. Su pulcritud habitual, se había esfumado completamente. Su aspecto Cuando entró por la puerta de su socio, era francamente deprimente. Aunque lo que venía a decirle no era nada alentador. Samyueru, llevaba ejerciendo la psiquiatría hacía ya muchos años, y por ello, sabía perfectamente, que cuando a alguien le pasaba lo que a él, había unos pasos a seguir. El primero, dejar de ejercer. Pues ya no podía ayudar a sus pacientes con sus inquietudes, problemas o patologías varias. Él mismo, estaba empezando a manifestar extraños comportamientos.
Esta mañana, podía distinguir claramente, camino del gabinete, cómo le entraban unas ganas irremediables de atentar contra algunas de las personas que se cruzaban a su paso. Miraba a su alrededor, y sentía verdadera animadversión por ellos. Y las voces que, antes había controlado totalmente con una medicación, no en exceso severa, ya no servía para nada. Ahora las voces eran más altas, más claras, y lo que era peor, realmente empezaban a decir cosas que para él, comenzaban a tener un cierto sentido. Eso le tenía aterrorizado. Las pesadillas llegaron a un punto que no le dejaban dormir. Así que, tras varias sesiones de terapia con su amigo Mana, se sentó frente a él, para por fin rendirse a los acontecimientos, diciéndole…

-Mana, lo hemos intentado, pero tras perder varios meses de tu tiempo… estás tan desconcertado como yo.

-Sí, tengo que admitir que, no sé qué es lo que te pasa… pero rendirte así, no es la manera de hacer que remita. Tenemos que hablar con otros colegas, compartir opiniones… ¿has pensado en el tema de la hipnosis?

-Quizás como último recurso, sería una opción, pero… dicen que es arriesgado, y la verdad, no me apetece solucionar un problema, si para ello abro puertas a otros. Recuerda que soy adoptado… me refiero que…todo lo anterior a los 6 años… es…desconocido, algo que puede desencadenar, cosas todavía peores. Quizás te parezca un cobarde, pero… me aterroriza esa idea.

-Sí, lo entiendo perfectamente, se nos acaban las posibilidades, ya no sé qué decirte para que no te vayas. Sin duda la respuesta está en tu pasado, quizás deberías contratar un detective, y empezar a remover, hasta que sepamos qué tipo de antecedentes hay en tu familia… tiene que haber algo… te has planteado… no sé… ¿has pensado que te abandonaron porque sabían que pasaría algo así?

-Todos los días lo pienso. Es una posibilidad, pero desde luego… no lo dejaré en manos de un detective… Mana, esto es lo que voy a hacer… al menos por ahora, voy a dejar de ejercer, por mi bien, y por el de mis pacientes…si quiero encontrar, donde está el problema, debo involucrarme absolutamente en ello…



-Pero…Samyueru, no puedes irte solo, ¡ recuerda tus ausencias de tiempo!... no, al menos, no tú solo… deja que yo te acompañe… así no te sentirás solo y desorientado cada vez que vuelvan esos bloqueos…


Samyueru, había conseguido ocultarle a su amigo, que lo que él creía que eran ausencias o bloqueos en el espacio-tiempo, en realidad, era una forma de bloquear las ganas que tenía de matar a más de uno con el que se cruzaba. Se lo hubiera contado, si sabiendo lo que sabía de psiquiatría, hubiera encontrado relevancia para un diagnóstico. Pero, tanto con esa información como sin ella, todo era exactamente igual de desconocido.
Sus síntomas, no estaban en ningún libro de consulta médica, no tenía nombre, simplemente no había antecedentes de ello. Bueno, quizás algunos, dentro de algunas religiones… lo llamarían, posesión demoníaca. Porque cuando se despertaba de sus pesadillas, levitando sobre la cama, sin ningún tipo de sujeción, despertaba, y simplemente caía. O cuando creía que las voces solo estaban en su cabeza, y al volver en sí, su amigo Mana le decía que había dicho en voz alta, todo, pero en un idioma que ni siquiera conocía, con un tono de voz, que no era de este mundo, con los ojos completamente negros, cuando pronunciaba las palabras. Mana, estaba muerto de miedo, completamente aterrorizado, le daba pavor estar solo con Samyueru, Pero lo hacía, porque le debía mucho, una gratitud tan grande, que jamás lo dejaría en la estacada. Por eso, le dijo…

-Está bien, eres un testarudo… no te haré cambiar de opinión, pero… al menos, ten el móvil siempre cargado, y pon mi numero el primero, si pasa algo… lo que sea… sabes que estoy aquí… así que no seas orgulloso y si necesitas ayuda, solo pídela… iré donde sea… lo sabes…¡¡Samyueru!!,¿ me estás escuchando?...¡¡Samyueru!!...¡no!... otra vez…no…

Samyueru, estaba totalmente quieto, no pestañeaba, los ojos se le tornaron negros, su palidez cada vez más visible, hacia notables unas grandes ojeras bajo los ojos, un sudor frio le corría por todo el cuerpo, empapándole la camisa. Mana, apretaba con las manos los extremos de la silla, haciéndola crujir, apretó la mandíbula, hasta hacerla rechinar, y se puso rígido como una tabla. Uno frente al otro, parecía que se miraban fijamente. Mana, intentó romper el silencio… pero se le adelanto aquella voz…

-Tú, el que te ofreces.
He mirado en tu alma.
Esta limpia.
Se te concede venir.
Sólo si estás dispuesto a morir.

Mana, temblando, se levantó, se acercó muy despacio, le llamó la atención lo brillante que se le estaba poniendo la piel, y le tocó la cara a su amigo, no podía creer lo que sentía en sus yemas. Su piel era pura escarcha, se estaba congelando a medida que hablaba, pero no le afectaba su salud en absoluto. Le tomó el pulso, sus constantes estaban en orden. Estaba sereno, tranquilo, solo había ciertos cambios a nivel visual. Cuando sus labios se tornaron en un lila subido. La presencia le dijo…

-Debes decidir ahora.
El tiempo apremia.
Él ya está condenado.
Tus opciones son condenarte,
O dejarlo marchar.

-Pero… ¿de qué va esto?, ¡¡al menos dime dónde me meto!! Se trata de mi vida… ¿ no es así?
-¿tu vida?
Mana, recuerda cuántas salvó él.
Sólo puede saber más,
aquél que ya está dentro.
¿Entras?

-Sí, le debo tres vidas, ¿cómo no pagárselo?...estoy dispuesto.

Entonces, la presencia giró la cabeza, la alzó hacia Mana, que estaba de pie a su izquierda y le sonrió diciéndole…

-Eres digno de estar a nuestro lado.
Así sea.

Samyueru, volvió en sí, consciente de toda la conversación, pero sin poder decir nada en ningún momento, hasta ahora. Miró a su amigo a los ojos llenos de lágrimas, quería hablarle, decirle que no podía hacer algo así, pero Mana alzo la mano, pidiéndole silencio. Despues, en un tono entre el humor y el sarcasmo le habló…

-No digas nada, acertado o no, estoy muerto de pánico pero, ¿Cómo vas a ir tu solo poseído por la calle?... mírame… te debo mucho, o sea que, puedo y lo haré, yo decido, es mi vida y es mi decisión… eso sí… podemos estar seguros de una cosa…a nivel psiquiátrico, con tu caso no tenemos nada que hacer, mejor lo descartamos,¿ no te parece?

-No sé qué es todo esto, pero…tienes toda la razón. De lo único que estoy seguro ahora mismo, es que necesito un buen trago para afrontar lo que acaba de pasar, y lo que está por venir… esto pinta muy mal. Vamos a Akasaka, y hagamos un paréntesis es todo esto.

-Me parece perfecto amigo, vámonos de aquí, por hoy, ya está bien de emociones, es suficiente… aunque…necesito saber una cosa… cuando miré a esos ojos negros…vi algo que…necesito saber…sientes deseos de matar gente…¿conmigo sientes eso?...¿alguna vez has querido matarme?

-Debí decírtelo, pero me pareció algo despreciable… pero nunca… jamás tuve ese deseo contra ti, nunca.

Los dos salieron del despacho, apagando todas las luces tras de sí. Accedieron al parking por el ascensor, en el más absoluto silencio. Subieron al Mazda Miata, que tanto apreciaba Mana, regalo de su padre antes de morir. Dejaron atrás Shinjuku. Se sintieron aliviados al escuchar arrancar el motor. Encendieron las luces, y tras una mirada de complicidad, se dirigieron a Akasaka. Tras un buen rato, llegaron al bar del que era clientes habituales, donde bebieron y bebieron, durante toda la noche, hasta que perdieron el conocimiento.
A la mañana siguiente, despertaron con una enorme resaca, no recordaban nada.
Ya no estaban en el bar. En realidad no tenían ni idea de dónde estaban. Sólo sabían lo que podían ver, y era algo terrible. Todo estaba lleno de sangre por todas partes.
Samyueru, volvió otra vez a ese estado que a Mana ponía tan nervioso. Volvieron esos negros ojos, esa extraña voz, esta vez con un nuevo mensaje…

-Declina a malo et fac bonum.
Factum abiit, monimenta manent.
Astra regunt homines,
Sed deus regit astra.