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viernes, 15 de julio de 2011

Ensayo sobre las almas perdidas cap.7


Lo que pudo pasar o no esa noche en Tokio, es un misterio. Llevaban unas dos semanas buscando a dos tipos, de los que nadie sabía nada. Ni un solo testigo retuvo sus caras en la retina. Eran sombras, simplemente sombras, que en la penumbra de la noche, se metieron en el barrio más peligroso de la zona. Burlaron a toda la seguridad de Haruto Hato, y lo mataron de una forma… espantosa. No había muerto solo, también se habían cebado con su esposa y sus tres hijos. Sus cuerpos inertes rodeaban la mesa, que aún estaba ocupada por los cafés, los postres y algunas de las drogas de diseño que estaban en auge en la vida nocturna de Tokio. Todo apuntaba a un asesinato ritual. Nada que ver con ningún ajuste de cuentas entre mafias. Lo cual tenía al resto de peces gordos de la ciudad algo nerviosos… porque ahora la pregunta estaba en el aire. ¿Quién sería el próximo?
Todo el mundo tenía recelos y dudas entre ellos. La policía vigilaba a las mafias de los alrededores y a su vez, la mafias recelaban entre ellas, creándose así un ambiente tenso y odioso, que se espesaba cada día. Y todo este mal estar que mostraban, no era para nada por sospechas de ningún tipo, es más, lo que comentaba todo el mundo, es que seguro que fue alguien de fuera, porque nadie que conociera ese lugar, y a esa gente, se atrevería a llevar acabo tan aberrante acto. Pero… digamos que la falta de información, la falta de respuestas los tenía algo agresivos a nivel general.
La policía de Tokio, andaba dando palos de ciego. Este caso, había pasado a ser de una prioridad absoluta. Había cundido el pánico. Por lo visto la prensa había filtrado fotos e información muy relevante. Lo que precipitó un pánico colectivo entre la gente. De puertas para afuera…intentaban en las ruedas de prensa que predominara el control y la calma. Pero la verdad era que dentro de las oficinas centrales, estaban bien jodidos. Porque la mitad del tiempo, gracias a todo el material difundido por los susodichos periodistas… hacia surgir a los más tarados y perturbados de la zona, diciendo que habían sido ellos los autores de los hechos. Dando toda clase de datos y detalles, sacados de televisión y prensa. Todo estaba filtrado. Por tanto, el avance nulo. El paso lógico a seguir, era llamar a la Interpol y contrastar con ellos, si existía precedente en otro lugar. Y necesitaban expertos en materia ritual…en asesinatos rituales.
En medio de toda esta hecatombe. Una figura, en un apartamento, se adivinaba frente a la ventana. Unos ojos enrojecidos asomaban bajo unas cejas cansadas y gachas, por la falta de sueño durante días. Después de suspirar, entró al baño se mojó la cara un par de veces. En el dormitorio, sentados sobre la cama dos niños con lágrimas en los ojos, una maleta en el suelo. Levantó la vista al frente, cruzando su mirada con la de su esposa. Esos ojos heridos que lo acusaban, y se entumecían de puro dolor. Pero le acarició la cara, le tocó para sentirlo una última vez y bajando los ojos, con la voz entrecortada, dijo:

-¿Que será de nosotros Mana?
-Lo lamento Hanako. No sé qué pasará cuando yo me vaya… pero si me quedo… sé que solo puede ser peor. No soportaría que os hicieran daño.
-Entendería algo, si confiaras en mí y me contaras… que te ha llevado a tomar la decisión de marcharte. ¿En qué tipo de lio te has metido?
-No puedo decírtelo. Sólo empeoraría las cosas. Y ni siquiera me acuerdo de nada…únicamente puedo decirte adiós y esperar volver algún día.
-Me temo que esto se alargue. Incluso que no vuelvas. ¡Quizás esto sea en verdad una despedida!
-Sólo puedo decirte que todo esto que está pasando… en parte es por ayudar a Samyueru. ¿Recuerdas? Tú y los niños, estáis vivos gracias a él y…
-No digas nada más, las palabras veo que ya solo alargan algo, que ya se ve, está decidido. Y… si, respiramos gracias a Samyueru… por eso… no diré más…
-Estoy roto… roto Hanako… recuérdame… por favor, sólo… recuérdame…

Mana, besó a sus hijos, acarició la mejilla a su esposa y cerró la puerta tras de sí. El rechinar de la puerta al cerrarse, fue como una punzada en su corazón, que hacía ya días iba a cien por hora. Mirando a todas partes, tapado con una gabardina recia, se metió en un taxi, camino del aeropuerto. Su móvil sonó en el bolsillo. Era Samyueru, con la voz temblorosa y fatigada.

-Mana, tengo los pasajes, salimos en cuatro horas. No te retrases.
-Estoy en un taxi. Ya no creo que tarde mucho más.
-Mejor no pregunto…
-No, no preguntes, no quiero hablar sobre ello, enseguida llego.
-está bien entonces, te espero en la cafetería al lado de la puerta de embarque. Ten cuidado, hay mucha vigilancia…no despiertes sospechas…
-Bien. Seré discreto.

El aeropuerto estaba abarrotado de gente. Casi no se podía ni andar. Pero para tranquilidad relativa de Samyueru, el vuelo no tenía retraso. Solo tenían que mantener el control un poco más. Sin llamar excesivamente la atención, podrían desaparecer en silencio y limpiamente.
Mana entró por la puerta del aeropuerto totalmente desencajado, ni siquiera pestañeaba mientras se acercaba a su amigo Samyueru, mirando fijamente su rostro. Según lo planeado, se encontraron donde siempre que viajaban a algún congreso de psiquiatría. En la cafetería, un refresco antes de partir.
Desde hace ya días, desde que sucedió la masacre, Samyueru no sabe por qué. Solo podía pensar en un lugar. Tenía extrañas visiones. Eran de un lugar llamado…”El Borne”. Su destino era… Barcelona.
Acabaron el refresco en silencio sin mediar palabra, Se levantaron y se dispusieron a pasar los detectores. Cuando Samyueru sintió una mano posarse sobre su hombro. Sobresaltado se dio la vuelta. Dos hombres de media altura, la cabeza rapada al cero, los miraban con hostilidad. Y en especial… esas cicatrices de partes de su cuerpo, que habían sufrido numerosas quemaduras… esos tatuajes extraños. Sus palabras en tono despectivo pero sin alzar la voz, resultaban desagradables.

-Farsantes de una causa perdida. No saldréis de aquí con vida. Seréis exterminados. Como una plaga molesta e infesta. Tú y los que son como tú no completareis aquello por lo que llegasteis. Somos la verdad y la realidad. Somos la razón y la justicia. Somos la enseñanza, la fe y la doctrina. Morirá mucha gente aquí hoy. Y no importará. Porque…solo será el principio, ¡¡el principio del final!!

-¡¡¡Pero qué coño estas diciendo zumbado!!! Apártate de mi camino¡tengo prisa!

-No Samyueru…eres tú el que estas en nuestro camino…

-¿Cómo sabes mi nombre? ¿Pero qué…?

Uno de los dos extraños personajes, se abrió la chaqueta y mostró con orgullo algo que hizo que Samyueru y Mana, se quedaran helados…aterrorizados. La situación empeoraba por momentos, se les escapaba de las manos. El tiempo apremiaba. Los altavoces anunciaban que el vuelo a Barcelona abría las puertas de embarque. Lo que llevaba este personaje era la muerte. Era un mártir…un mártir orgulloso de matar, orgulloso de morir…portaba atadas al pecho varias bolsas de gas sarín en estado líquido. Y en la mano derecha de ambos, un paraguas acabado en punta.

-Nooooo… La verdad suprema… no…Om…Kanji…

Samyueru creyó susurrar algo a Mana. Pero en realidad nunca movió los labios. Aunque…Mana si le escuchó. Le transmitió una rápida idea…. Por lo visto, los terroristas buscaban que la situación les desbordara, sobrepasando su capacidad de reacción, implorando por la vida de toda aquella gente. Pero Samyueru y Mana…tenían otros planes, y mucha prisa por embarcar. Por tanto…le dieron la vuelta a la situación. Samyueru fingiendo una seguridad absoluta, con total control de la situación y subiendo el tono de voz, se dirigió al mártir que mostraba las bolsas de gas a la vista.

-Está bien ¡¡Mátanos a todos!! ¡¡Ya estás tardando!! ¿¿Crees que me importan?? No… créeme no son nada para mí, Mana ya lo ha perdido todo, y yo estaría mejor muerto. ¿¿A qué esperas?? ¡¡Reviéntalas!!

El terrorista se sintió totalmente desarmado a nivel moral. A sus ojos, Samyueru sentía indiferencia ante la vida de aquellas personas…es más, las despreciaba. Había fracasado…debía morir sintiendo dolor y compasión por ellos y eso ya no era posible. Mientras, el mártir, el asesino… el loco se hundía en sus pensamientos. Bajó la guardia y miró al otro. Tiempo suficiente para que Samyueru y Mana los redujeran quitándoles los paraguas. Para después alertar a la seguridad del aeropuerto.

-Los asesinos de ¡¡¡Haruto Hatoooooooo!!! ¡¡Socorrooo!! ¡¡Ayuda!! Gas sarín! Llevan gas sarín!! Moriremos todos!!

La policía no tardó en llegar. Los esposaron y se los llevaron detenidos, despojándolos de las bolsas de gas sarín. Se organizó tal revuelo, que su vuelo por precaución al igual que el resto de ellos fueron retrasados como medida de seguridad, de forma que no lo perdieron. Embarcaron, se acomodaron y mientras respiraban agitadamente, Maná le dijo a Samyueru…

-Ya nunca nos buscarán por la muerte de Haruto Hato!! Aunque ni siquiera sé qué pasó! ¿¿Cómo fue??!¿Cómo has podido pensar tan deprisa? ¿Cómo sabías qué hacer? Esto cada vez es más raro!! ¿Y yo? ¿cómo sabía acoplarme a tus pensamientos? …esa cosa que llevas dentro me ha hecho algo… ¿¿Me escuchas Samyueru?? ¡¡Habla joder!!

Mana, al no escuchar respuesta de Samyueru , nervioso y claramente alterado, se desató el cinturón de seguridad, aunque el marcador seguía indicando lo contrario. Agarró a Samyueru por el cuello. Pero lo soltó rápidamente. Cuando descubrió una vez más que en aquel rostro como tantas otras veces…ya no existía su amigo. Era el otro…el espectro…el dominante…el despiadado… y le aterraba. La azafata lo increpó consiguiendo que se sentara. Pero sin dejar de mirar ese rostro de ojos vacíos. Escuchando una vez más de sus labios unas palabras que para él no tendrían ningún sentido.

-Milita est vita
Hominis super terram.
Vae victis!
Si vis pacem,
Para bellum.